22 abr 2013

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27 mar 2013

2 de abril DÍA DE LA SOBERANÍA




SOBERANÍA

A raíz de los diversos pedidos de informe sobre el rompehielos Almirante Irízar, el buque que abastecía las bases antárticas argentinas y que se encuentra fuera de servicio desde 2007, es hora de que nos preguntemos qué entiende la administración K por el término “soberanía”.

Para la presidenta y su entorno, la soberanía nacional parece reducirse a despotricar contra el Reino Unido por la usurpación de las islas Malvinas, instruir a la embajadora a dedo Alicia Castro sobre cómo atacar al primer ministro inglés y solicitar al Papa argentino que interceda en Naciones Unidas por este tema.

La pobreza del concepto soberanía para esta administración, que intenta reducirlo al tema Malvinas, demuestra, además, cierta perversidad. Intentar defender la soberanía nacional a través de un tema específico, pone en evidencia la estrechez de miras de quienes manejan los destinos de la Nación.

En el Derecho Internacional, soberanía se define como el poder sobre el que no hay otro poder. Parece una idea difícil de entender, pero si se analiza en profundidad y serenamente, se puede decir que un país es soberano cuando se respeta a sí mismo. Eso implica el respeto incondicional a sus instituciones republicanas y democráticas: su moneda, su bandera, su escuela, sus fuerzas armadas, su iglesia, en una palabra, su esencia.

Pretender que las naciones del mundo nos respeten en este momento histórico por el que atraviesa el país es poco menos que una utopía. Argentina ha destruido su moneda, sus fuerzas armadas, su educación y sus creencias.

Su bandera no tiene identidad propia, ya que ha sido reemplazada desde la administración nacional por trapos con variopintos colores y leyendas que campean en los diversos actos oficiales. La moneda es objeto de burla hasta en los países vecinos, debido al estrepitoso fracaso de la política económica orquestada por funcionarios incompetentes y mediocres.

En el tema educativo se han reemplazado los próceres nacionales por nuevos ídolos: en primer lugar “Él”, el fallecido ex presidente Néstor Kirchner, pero también figuras foráneas como el venezolano Chávez o el cubano Castro, que nada tienen que hacer en nuestra historia pasada o presente.

El caso de las fuerzas armadas es tan especial como el de la iglesia. La administración kirchnerista, en un llamativo acto de venganza por la guerra civil de los años 70, se ha ocupado personalmente de desmantelarlas para que no quede duda que son el enemigo declarado, sin importar el pensamiento de las nuevas generaciones.

Lo mismo ocurre en el ámbito de la iglesia. En sus 10 años en el poder, el matrimonio K primero y "Ella" ahora, no han perdido ninguna ocasión de demostrar su desprecio por la religión oficial del estado, que el mismo gobierno se obliga a sostener a través del artículo 2º de la Constitución Nacional.

Mientras la prédica del gobierno sobre la soberanía esté disociada de sus actos dentro y fuera del país, es decir, mientras la primera mandataria evidencie una especie de “política mercenaria” con lo propio, sólo conseguirá como respuesta la risa y el desprecio de sus compatriotas y del concierto de las naciones.

Para ganar el respeto de los demás, es preciso respetarse a sí mismo, tener dignidad, honor, y convicciones.


© Raquel E. Consigli y Horacio Martínez Paz

4 nov 2012


LA IDEA FIJA

Para algunos, la política es un arte. Para otros, es el arte de eternizarse en el poder. No hay en la historia ningún dictador que no haya intentado la permanencia ininterrumpida en la primera magistratura, ya que su concepción de la política es la de una “carrera” sin fin. Un dictador se piensa a sí mismo como la encarnación de un mesías, un enviado divino, imprescindible para la sociedad y dotado de un aura “celestial” que lo diferencia de los demás mortales.

Quienes se suben al carro político para llevar a cabo sus propios negocios, quedan automáticamente “amarrados” al mismo, aumentando cotidianamente su apetito por el poder, cualquiera sea el peldaño de la escalinata en el que se encuentren.

Así, muchos políticos rotan desde los puestos legislativos a los ejecutivos y viceversa, sin volver jamás al llano desde donde partieron, amparándose en fueros y privilegios y evitando el juicio de la ciudadanía. Los legisladores, por ejemplo, se aferran con uñas y dientes a sus bancas, permaneciendo en las mismas el mayor tiempo posible, intentando convencer al pueblo sobre sus virtudes.

En el caso de los presidentes, la cuestión es más grave, ya que una vez ganada una elección, se empeñarán en ser reelegidos indefinidamente, sin importar si para eso deben modificar la carta magna y las leyes del país, con las complicaciones y gastos que ello trae aparejado al Estado.

La Constitución argentina, redactada inmediatamente después del derrocamiento de Rosas –quien digitó durante 35 años la conducción de las Provincias Unidas−, estableció para el presidente un período de seis años, sin posibilidades de ser reelecto para un segundo mandato consecutivo, con la clara intención de que nunca más se verificara una situación similar a la vivida en el país durante la primera mitad del siglo XIX.

En 1949, Juan Domingo Perón reformó el texto de nuestra ley fundamental con el fin de ser reelegido indefinidamente. En 1994, Carlos Saúl Menem hizo lo propio, pero reduciendo la duración a cuatro años y con la posibilidad de un solo mandato posterior.

Desde la reforma peronista ha sido ambición de todos los mandatarios argentinos la permanencia indefinida en el cargo, convirtiéndose a partir de 2003 en una idea fija del matrimonio Kirchner. Además de pasarse entre ellos el bastón de mando, sus partidarios y aplaudidores, beneficiarios perpetuos de las dádivas del Estado, claman ahora por una “Cristina eterna”.

El artículo 77 del texto original de nuestra Carta Magna decía: “El presidente y vicepresidente duran en sus empleos el término de seis años; y no pueden ser reelegidos sino con intervalo de un período. Así sucedió por dos veces, con Julio Argentino Roca  y con Hipólito Yrigoyen, aunque este último no alcanzó a completar el segundo mandato. Es curioso el término que los constituyentes del 53 usaron para estos cargos, refiriéndose a ellos como “empleos”.

En la Constitución reformada de 1994, el artículo 90 establece la posibilidad de la reelección presidencial, aunque solamente por un período consecutivo, situación que se verifica actualmente con la presidenta Kirchner, por lo cual una tercera vez queda descartada de plano.

Es por eso que para los fanáticos cristinistas la eternización presidencial implica necesariamente una nueva reforma constitucional, convertida ahora en la obsesión que desvela a gran parte de los legisladores y funcionarios del entorno de la primera mandataria.

La República Argentina jamás debió apartarse de la sabia Constitución de 1853/60. Por haberlo hecho, así nos va.

© Raquel E. Consigli y Horacio Martínez Paz


26 oct 2012




SORDERA PRESIDENCIAL

La sordera es una patología común entre quienes instauran gobiernos dictatoriales, como los que se verifican actualmente en Cuba, Venezuela y Angola.

La presidenta argentina parece ser un caso particular de sordera, fruto de su soberbia personal y la de su entorno. Tanto en el manejo de las cuestiones internas como en las relaciones internacionales, Cristina Fernández de Kirchner se muestra absolutamente sorda a los reclamos de la ciudadanía y a los “ruidos” del mundo.

El 13 de septiembre pasado tuvo lugar en el país una inmensa protesta popular, lo que aquí denominamos “cacerolazo”. En esa ocasión la gente se volcó a las calles para demostrar su descontento por el rumbo político, económico y social de la gestión kirchnerista. La presidenta que, al asumir su segundo período de gobierno en diciembre pasado había sostenido “vamos por todo”, debió haber tomado nota de que la ciudadanía no está conforme con su accionar hasta el momento.

Desoyendo la voz del pueblo, CFK siguió con sus monólogos desde el atril, muchos en una inexplicable cadena nacional que impulsan a la audiencia a cambiar de estación o desconectar los receptores. Emulando a sus pares caribeños, la primera mandataria argentina está obsesionada con lograr el monopolio estatal de los medios de comunicación, a fin de imponer el pensamiento único, el suyo, y controlar la expresión de las ideas.

Ciega ante la realidad nacional, absolutamente ignorante de los padecimientos y necesidades de sus gobernados, Cristina Kirchner, aunque no está precisamente muda, sigue dando muestras de sordera agravada.

Durante la primera semana de octubre se produjeron dos hechos de cierta gravedad uno interno y el otro externo. En el primer caso, se produjo una protesta de importancia por parte de prefectos y gendarmes por reclamos salariales. En el segundo, cierto “fondo buitre” embargó la nave insignia de la Armada Argentina, nuestra muy querida fragata Libertad, fondeada en un puerto africano.

A contrapelo de lo que indicaba la diplomacia de carrera y el sentido común, la presidenta y su entorno asombraron a los argentinos y al mundo generando nuevos conflictos y enfrentamientos con distintos sectores sociales y con otras naciones del planeta. Para comienzos de noviembre la ciudadanía, harta de tanta sordera, está preparando otra protesta convocada a través de las poderosas redes sociales, que hacen presumir su magnitud.

La sordera, aparentemente inocua, implica serios riesgos y puede tornarse peligrosa cuando los mandatarios insisten, como la presidenta argentina, en ignorar el pensamiento y la voluntad de sus gobernados.

© Raquel E. Consigli y Horacio Martínez Paz